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sábado, 7 de mayo de 2011

La privacidad empieza cuando tenemos control



Apple admitió oficialmente que es un error de software (o bug , como se dice en la jerga) lo que causó que los iPhones y iPads hicieran un backup en la computadora de la información sobre los lugares donde el teléfono, y se supone que por lo tanto nosotros, habían estado. Este casi escándalo, que se conoció el 20 de abril en la conferencia Where 2.0 de O'Reilly y que recibió el nombre de LocationGate , fue tratado desde muy numerosas ópticas, involucró también los teléfonos con Android, es decir a Google, y puso en tela de juicio cualquier cosa que posea a la vez GPS y Wi-Fi. Esto, en un contexto en el que el diputado alemán Malte Spitz había descubierto que la telefónica tenía guardados seis meses de registros de las ubicaciones de su celular, con los que el legislador trazó un mapa muy perturbador de sus recorridos en ese período (más información en http://blogs.lanacion.com.ar/movilandia/noticias/telefonos-geolocalizacion-y-privacidad-o-tu-telefono-y-la-telefonica-saben-muy-bien-en-que-andas/ ). Ahí, claramente, no se trató de ningún bug. Tampoco es un error de Google el colocarme avisos contextuales en Gmail y en los resultados de las búsquedas.
Para el caso, Apple tampoco dijo que fuese un error el que registrara nuestras ubicaciones, de forma anónima, sino que la falla estaba en que esa información quedara guardada en el backup de iTunes .
El LocationGate se analizó desde casi todo punto de vista imaginable, pero a mi juicio lo único que realmente importa quedó, salvo en algún caso aislado, ensombrecido por un debate bizantino. Y lo malo de empezar mal una discusión es que después es muy difícil enderezarla. Las respuestas de Apple, Google y hasta Microsoft discurrieron, así, por el pantanoso lodazal de las teorías conspirativas y por el críptico terreno del tecnicismo. Ni en el uno ni en el otro echa sus raíces el problema.
El problema es que, de nuevo, las empresas no dijeron claramente lo que estaban haciendo con nuestros datos. Por favor, alguien que me diga que no sabía que los celulares pueden ubicarnos en el mapa, de acuerdo con las antenas a las que se conectan, y que los GPS con Wi-Fi o 3G pueden transmitir esta información adonde se le ocurra al fabricante. Alguien que me diga, además, que no sabía que apagando el teléfono uno se volvía invisible a la geolocalización. Oh, ¿alguien no lo sabía?
Entonces era obligación de Apple el informarlo con letra grande y lenguaje claro durante la instalación de iTunes o el arranque del iPhone. Por lenguaje claro me refiero a un cartel infranqueable que diga: Recuerde que su iPhone registrará sus ubicaciones y las enviará a Apple. Si no desea ser localizado, apáguelo .
El lenguaje de las advertencias tiende a ser mucho más coercitivo que educacional. Si uno no acepta los términos y condiciones , es cortésmente invitado a no instalar el producto, sin opciones. La verdad es muy otra. Puedo aceptar los términos y condiciones , que incluyen que el teléfono enviará información sobre mi ubicación a la compañía, pero también puedo apagarlo para que el equipo no me rastree. No es o blanco o negro. Hay muchos tonos de gris.
¿Efectivo o tarjeta?
El problema nunca fue ni va a ser que las empresas sepan qué hacemos, qué compramos, a quién llamamos, dónde estamos. Esto no es nuevo. El problema es cuando el botón para apagar esta transmisión de datos es muy difícil de encontrar, o cuando dicha transmisión está oculta en un farragoso texto de términos y condiciones que prácticamente nadie lee: peor aun, todos saben que nadie lee los términos y condiciones, y nada se hace para hacerlos más amenos o claros.
Por eso la comparación que siempre se hace entre los datos que Google o Apple recolectan y los que tienen la tarjeta de crédito o la empresa de telefonía fija es improcedente. Sólo la primera parte del razonamiento es cierta: la tarjeta de crédito sabe qué compro, cuándo y dónde. La empresa de telefonía fija (y la de celulares, para el caso) sabe a quién llamo, cuándo y durante cuánto tiempo hablamos. Pero todos sabemos que basta pagar en efectivo o llamar de un teléfono público para cancelar este registro. Es de conocimiento público.
Ahora, ¿cuántos de los miles de millones de usuarios de celulares saben que las celdas registran sus pasos? ¿Cuántos saben que apagando el teléfono se vuelven invisibles (al menos, por ahora)? ¿Cuántos usuarios de Apple sabían de la existencia de consolidated.db , la base de datos de nuestras ubicaciones que el teléfono almacena? ¿Cuántos sabían para qué usa esta base de datos Apple?
No, de ninguna manera son lo mismo las tarjetas de crédito o la telefonía tradicional que estas nuevas tecnologías.
Se dijo, cuándo no, que el LocationGate constituía una invasión a la privacidad, o por lo menos una filtración inexcusable, y es verdad. Pero, de nuevo, ése no es el problema, porque la privacidad es moneda de cambio desde hace décadas. La cuestión es qué obtenemos a cambio de ceder nuestros datos personales. ¿Estoy dispuesto a confiarle a una empresa los lugares en los que estuve, con fecha y hora, durante, digamos, un año? Sí, claro, con dos condiciones. Primero, ¿qué me dan a cambio? Segundo, ¿cómo hago para volverme invisible?
Desde luego, es importante que la empresa proteja, como Apple asegura que lo hace, bugs aparte, esa información. Pero no es algo que podamos controlar. Además, cada semana una nueva batea de millones de datos privados se filtra de empresas que han sido objeto de un ataque informático. Así que, ¿acaso importa si Apple, Google o la telefónica me aseguran que mis datos están totalmente a salvo? A los fines de esta discusión no importa en absoluto. Deben hacerlo, por ley, pero ingresar este argumento es desviar la discusión, que no es ni sobre la privacidad ni sobre la seguridad.

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